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El Sr de los caramelos de Miel

Quien de niño no fue fanático de los caramelos?

Incluso yo, tuve mi preferido, sin aun hoy poder asegurar, que lo que me cautivara fuera su sabor o más bien todo el folclore alrededor.

De niña conocí muchas personas, y a unas tantas recuerdo con amor. En esta ocasión, un matrimonio de personas grandes. Ella, madre y ama de casa. El, trabajaba para mi familia, por las noches. Recuerdo su mirada tierna, escondida tras el grueso cristal de sus anteojos. Su voz ronca y un poco temblorosa, y su azul sencillez.

Era el ritual de cada noche, que mi papa me invitara a acompañarlo a su breve recorrida nocturna antes de irnos a dormir. Luego de la cena, esperaba el momento en que tomara mi abrigo y con una sonrisa cómplice me dijera, es la hora! El ritual de cada noche, la visita al “sr de los caramelos de miel”.

Nos saludábamos entre alegre y tímidamente. Charlábamos un rato, algunas veces me hacía chistes y otras cuentos breves. Nunca faltaba la pregunta de cómo iba en la escuela, ni olvidaba darme los saludos que me enviaba ella,  su mujer, la “cocinera de los caramelos de miel”.

Hasta que llegaba el momento tan esperado y que bajo mi mirada de niña incluso, rozaba lo mágico. A modo de premio, a modo de despedida, su mano sacaba, del bolsillo derecho de su abrigo, un caramelo de miel.

Mi sonrisa se hacía grande, y mis cachetes se coloreaban. Era una niña tímida, más bien callada, que veía la vida con colores propios, y sentía todo con extrema intensidad.

La existencia del amor en los pequeños gestos.

Sencillez, calidez, empatía, corazón. Y todo, en una esfera nacarada que sabía dulce, que se disfrutaba suave.

Hace unos meses volví a encontrarme con el Sr de los caramelos de miel. Lo vi de lejos, camine hacia el sin la esperanza de que fuera a reconocerme. Claro, desde la última vez que nos vimos, habían pasado más de 20 años, y de esos que te cambian por fuera y por dentro. Mientras me acercaba, se iban despertando los recuerdos y un cariño infantil genuino, de esos que se construyen y de esos que perduran. Me acerco un poco más y veo sus ojos, colmados de lágrimas. El abre sus brazos con la lentitud que le regalaron los años, las manos le tiemblan al igual que su voz. Me sonríe sonrojado y mientras me abraza, me llama “yulita”!

Esta es la historia. La de mi niñez y del Sr de los caramelos de miel.

Y aquí les comparto la receta, que con el tiempo recupere. Deseo que la prueben y mientras los hacen piensen en esas pequeñas cosas que los hacen felices, pequeños gestos que nunca olvidan, hermosas personas que guardan dentro, en el cofre sagrado del corazón!

Que la disfruten!